El 24 de Septiembre era el día D, fue un día muy convulsionado, había cosas aún por hacer, aún faltaba cambiar algún dinero por dólares canadienses para poder tener algo de efectivo en el momento de llegar a Toronto y luego a Montreal, faltaba terminar de empacar las maletas, aunque en eso recibimos la tremenda ayuda de la familia Bortfeldt Orjuela la cual fue invaluable en ese momento tan importante.
Había algo con lo que no contábamos ese día, un ingrediente extra… nuestras emociones, nos sentíamos como en una montaña rusa de sentimientos, a ratos estábamos eufóricos, a ratos enojados y ansiosos, al poco rato estábamos muy tristes.
Yo fui desde temprano a hacer la diligencia del cambio de dinero, pero lastimosamente en los lugares que conocíamos estaba imposible conseguir la divisa, me llevo casi toda la mañana, hasta que decidí irme para la Hacienda Santa Bárbara, movido por la lógica de que si dicho centro comercial queda frente a la embajada, obviamente sus casas de cambio deben tener la divisa. Iba muy tranquilo camino hacia allá, y faltando apenas una cuadra, sentí que mi celular vibraba en mi maleta, estaba tan estresado por el tema del cambio de dinero, que opte por no contestarlo… a la vez ví que una señora me estorbaba mucho el paso, me movía para la izquierda y ella también, para la derecha y de nuevo me bloqueaba el paso, ocurrió que en menos de un segundo una segunda persona salió de la nada y le robó el celular a una muchacha que iba adelante mío caminando, y la mujer que me estaba bloqueando el paso era cómplice del robo… trate de atrapar al sujeto pero se metió entre los carros y nada pude hacer, al segundo como si supieran llego la policía y aunque yo tuve la intensión de hacer algo, ellos “no quisieron” hacer nada al respecto. Menos mal no conteste mi celular segundos antes, y menos mal esa misma noche me iba de Colombia… pues exactamente cosas como esas son las que me recordaban cada nada que lo que hacíamos era por buscar tranquilidad, seguridad y paz.
Al final, si pude cambiar mi dinero, conseguí los canadienses (aunque la tasa de cambio me castigo muy duro) pero ya tenia en mi bolsillo algo así como 160 Cads, aunque salí con una paranoia de persecución después de lo vivido momentos antes con el cuento del robo del celular.
Llegue a la casa, almorzamos, ultimamos detalles, cada vez llegaba mas y mas gente a acompañarnos. Quizá uno de los momentos mas duros fue cuando llego el sobrino de MaFe, quien apenas vio las maletas se ataco a llorar… Lo mismo ocurrió con mi suegro y casi que iba pasando con cada uno de los que iban llegando.
A las 6pm llego la Van que nos iba a llevar al aeropuerto, metimos las maletas, nos subimos todos y ahora si, a mirar por ultima vez por las ventanillas las calles que en mucho tiempo no íbamos a recorrer de nuevo.
MaFe y yo estábamos mas bien tranquilos de camino al aeropuerto, los demás estaban muy callados y tristes.
Llegamos, hicimos el check-in y después a esperar… esperar de nuevo en medio de la montaña rusa de emociones, llego el momento de embarcar, ultima llamada y las lagrimas no pararon de correr hasta que traspasamos la puerta… desde ese preciso momento, quedábamos en las manos de Dios.
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